Ayer os hablé del Maestro y de la familia musical que todos los años me adopta. Hoy os voy a contar un cuento, con el permiso de su protagonista, para que entendáis por qué seguiré formando parte de ella siempre que me lo pidan. Gracias Elena Menor por dejarme compartirlo.
El sueño
Soñé que estaba soñando. Lo sé porque cuando desperté recordé que ya había despertado. En mi sueño soñado salía por la ventana de mi habitación entre volando y flotando y, como suspendida de algún cordel imaginario, me veía a mi misma viviendo mi día como un espectador solitario. La inmensa calma en la que me encontraba allí arriba contrastaba con el ajetreo que reinaba abajo. Todo me resultaba muy familiar, las calles, la oficina, mis compañeros, incluso aquel vestido de lunares al que tanto partido estaba sacando esa primavera. Solo había algo que me resultaba extraño. Encima de cada persona podía apreciar algo parecido a una nube semitransparente en cuyo interior una masa informe se movía como si siguiera un determinado ritmo. Los colores y las tempos eran distintos en cada uno de ellas y con el transcurso de las horas iban cambiando. En mi caso empezaba siendo de colores claros y ritmo lento y acompasado, pero al final del día se oscurecía y su movimiento parecía adaptarse más a un ruido que a una melodía. Me invadió una horrible tristeza y empecé a llorar. Al hacerlo conseguí conectar con aquella nebulosa y la vi deshacerse mientras dormía. Me quedé allí un buen rato, como velando mi propio sueño y de pronto me sentí acompañada. No entendía muy bien que pasaba, quizá alguien más había conseguido soñar en su sueño que ascendía hacia aquel lugar en el que me encontraba. Un nuevo día parecía haber comenzado y con él nuevos colores y nuevas melodías. Cuando estaba a punto de caer de nuevo en el desánimo viendo mi nube oscurecerse como en una tormenta, algo cambió la rutina de mi día. Me vi rodeada de gente a la que no conseguía ver el rostro, quizá porque eso no era lo importante. Lo realmente increíble era lo que entre todos estaban creando con sus colores y sus ritmos. Parecía como si sus nubes se movieran al compás de la misma melodía, lo que hacía a su vez que sus colores fueran cambiando como creando una preciosa obra de arte en un lienzo imaginario. Y entonces me di cuenta de que el ángel que tenía a mi lado nos había reunido. Me invadió una inmensa alegría y empecé a llorar. Al hacerlo conseguir conectar con aquella nebulosa y entonces escuché su música sin atreverme esta vez a deshacerla. Volví a mi cama y esperé a despertar de nuevo.
Pocos días después de aquel sueño una amiga que sabía que me gustaba la música y que había cantado en varios coros me dijo que si me gustaría apuntarme con ella a un proyecto que se llamaba "canta con el Orfeón" con el Orfeón Donostiarra y la Orquesta Filarmonía. Y allí es donde encontré a mi ángel. Por favor no me despiertes...
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