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  • Foto del escritorC.L.Bruna

LADY BIRD


Collageart. Ruxandra Niculae


No podía creerlo. Estuve tantos días dando vueltas a este texto que casi llegué a obsesionarme con él. El enunciado del ejercicio era nada más y nada menos que poner voz a un animal. Sin darme cuenta se convirtió en mucho más que un reto literario y así lo recibieron mis compañeros. Por eso el día que vi el collage de Ruxandra entendí por que adoro su arte. Creo que de algún modo estamos conectadas. Texto y collage encajan a la perfección.

Lo mejor es que juzguéis vosotros mismos:


Me pregunto por qué mis plumas están empezando a ser más blancas o por qué mis sonidos son diferentes. Por qué no me gusta estar rodeada o por qué siempre busco el mismo lugar. Me pregunto por qué me pregunto ¿lo harán las demás también? Dicen que las aves tenemos memoria, que volvemos a los mismos sitios para conseguir los mismos alimentos. Pero yo no vuelvo aquí, poco después de que el sol aparezca, para buscar comida. Vuelvo para verla. Al principio no se percataba de mi presencia. Estaba, como yo hasta ahora, casi siempre acompañada. Por mi experiencia con los de su especie, enseguida me di cuenta de que lucía los colores de la maternidad, esos que no se pierden nunca. El resto eran machos, seguro. Su ritual era extraño. Sobre todo, entraban y salían. Muy pocas veces comían. No los vi juntos hasta que empecé a visitarlos también antes de la caída del sol. Se quedaban quietos mirando a un poco fijo, emitiendo, de vez en cuando, sonidos de cortejo. Amaneció y anocheció muchas veces antes de que la hembra empezara a prestarme atención, a pesar de que era la que más tiempo pasaba en aquel lugar, frente a mí. La primera vez, por los movimientos de su cuerpo, entendí que yo era para ella una amenaza. Cerró aquello que evitaba el paso del aire entre ambos. Entonces retrasé un poco el momento de mi llegada, hasta que la corriente estuviera cortada, para respetar su nido, ese que parecía cuidar ahora en solitario. Poco a poco se fue acostumbrando a mí y yo a ella. Sus rituales cambiaron, sus movimientos se ralentizaron. Cada 40 amaneceres uno parecía festivo. Volvían los sonidos, los colores, los encuentros. Hasta que cumplido el ciclo ella volvía a ser solo ella. En sus momentos de quietud, su punto de apoyo se fue acercando más y más a mí, hasta que un día nuestros ojos se cruzaron. Dicen que las aves tenemos memoria, las palomas somos aves. Pero ¿es este tipo de memoria la que tiene las demás? Me pregunto por qué recuerdo otras alas, otras plumas, otro pico, otro vuelo. Me pregunto por qué los ojos de esta hembra me han hecho evocarlo. No siempre fui paloma. He ido de rama en rama con distintos colores. Incluso una vez levanté el vuelo majestuoso del águila. Hoy he vuelto al alfeizar de su ventana. Ojalá pudiera comunicarme con ella, ahora que he encontrado las palabras. Le diría que debe tener paciencia. Que no puede desprenderse de su pico, sus alas y sus uñas a la vez. Me pregunto si yo fui como ella alguna vez, si en el vals de las ramas fui la dama muerta. Me pregunto por qué me pregunto ¿lo harán las demás también?

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